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La Fuente de Neptuno (I)

23 de agosto de 2013

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Desde la lejana Italia llegó un día a La Habana la Fuente-estatua  del dios  Neptuno, la que fue mandada a construir allí en 1836 por el Capitán General de la Isla, Miguel Tacón. Edificada con fondos públicos, su objetivo era decorar un abrevadero que se construiría a orillas del litoral con el propósito de abastecer de agua potable a tres pequeños barcos al mismo tiempo. Con tal propósito  se colocaron argollones de bronce para el amarre de las naves.
Sin embargo, este innegable promotor de las obras públicas durante los años de su mandato, entre 1834 y 1838, no pudo ver terminado este proyecto engalanado con el dios de los mares, pues su inauguración tuvo lugar en 1839 durante el gobierno de su sucesor, Joaquín Ezpeleta.
Por cierto, cuentan que al inaugurar la fuente en cuestión , el regidor del Ayuntamiento a quien se le encomendó pronunciar el discurso oficial, señaló a la estatua de soberbio porte y barba encrespada, y, dirigiéndose al público, exclamó de lo más orondo: « ¡Mirad, señores, mirad ilustres conciudadanos, qué hermoso Adán, con su tenedor en la mano, corona la obra!»
Advertido de que no era Adán la estatua de marras, sino el dios de las aguas, el inculto personaje pretendió corregir la pifia y añadió en tono grandilocuente: «¡Bien decía yo que este Neptuno cara de profeta tiene!»
Cierta o no esta historia, la hermosa fuente serviría también como lugar de esparcimiento, ya que a su alrededor había seis canapés o asientos de mármol sin respaldar, muy apropiados para que los paseantes se sentaran a disfrutar la brisa marina en las tardes de verano.
En ese entonces la fuente de Neptuno se encontraba frente al Castillo de la Fuerza, al borde del litoral y cercada por un barandaje de hierro anexo al muelle. Pero con el paso de los años, luego de perder su función proveedora, la fuente  sufriría un incierto deambular por toda la ciudad, desde que en 1871, las autoridades decidieron su traslado por el deterioro que mostraba debido a varios percances.
Por cierto, el más grande de ellos fue provocado en mayo de 1845 por el bergantín norteamericano «J. B. Hautington», que le arruinó algunos poyos y parte del barandaje que la rodeaba.

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