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Dos genios de la ópera (II)

5 de julio de 2013

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En mi comentario anterior dije que Wagner y Verdi son los compositores más trascendentales en la historia de la ópera. A este último dedicaré mi comentario de hoy.

Giuseppe Verdi

Giuseppe Verdi nació en 1813, en un pueblito italiano, cerca de Parma. Mientras su padre trabajaba de posadero, el niño ayudaba al sacerdote de la iglesia cercana, donde el sonido del órgano le deslumbraba y despertó su interés por aprender a tocarlo, por lo que aspiró a una beca en el Conservatorio de Milán, pero fue rechazado porque  -dijeron- “no tiene talento para la música”, algo que hoy nos parece insólito, aunque no es el único caso en la historia. Sin embargo, Verdi estaba decidido a lograr su sueño, y gracias a un subsidio que le otorgó una institución de caridad, pudo permanecer en Milán, donde descubrió los secretos de la música con un profesor particular.
De regreso a su pueblo natal, los conocimientos musicales de Verdi no le sirvieron de mucho, y fue por eso que decidió regresar a Milán, donde comenzó a escribir óperas, en un momento en que el género estaba en plena decadencia. Pero si los inicios de este compositor fueron poco prometedores, sus obras consiguieron una popularidad extraordinaria, y los coros de Nabuco y I Lombardi fueron utilizados por los patriotas italianos en su lucha contra la dominación de los Habsburgo.
El extraordinario talento de Verdi tanto para crear melodías como situaciones dramáticas, se evidenció, desde su primera ópera: Oberto, (escrita y estrenada, cuando el compositor tenía veintiséis años) y de manera creciente, en: Rigoletto, Il trovatore y La traviata , correspondientes a su primera etapa de compositor y que aún mantienen su vigencia. De esta misma época es Macbeth, basada en el drama homónimo de Shakespeare, aunque ésta no alcanza la altura de las anteriores.  Pero es en Aída –cuyo estreno ocurrió en el Cairo en 1871- donde Verdi logra una ópera impresionante no sólo desde el punto de vista musical, sino por lo espectacular y dramática. Estaba en plena madurez creativa, pues contaba entonces cincuenta y ocho años.
Aunque las óperas de Verdi difieren mucho de las de Wagner, no sólo por sus argumentos (recordemos que las de su contemporáneo alemán se basan en leyendas, de un pasado remoto) en Otelo, de 1887, el drama es tan fuerte que exige de una gran orquestación sinfónica, lo que establece cierto acercamiento entre ambos compositores; y por si esto fuera poco, Verdi utiliza en ella el leitmotive que caracteriza las óperas de Wagner.

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La creación verdiana parece dar un vuelco cuando a sus ochenta años compone Falstaff, tan llena de frescura y gracia, que la cerca de la comedia musical.
Verdi compuso partituras de cámara y religiosas, entre las que se destaca su Réquiem; pero son sus óperas las que han  trascendido en el tiempo, pues La traviata y Rigoletto,  por sólo mencionar dos, continúan presentándose en todos los escenarios del mundo, y las arias de éstas y otras, forman parte del repertorio de los cantantes líricos de nuestros días.
El gran compositor italiano Giuseppe Verdi, quien elevó la escuela de ópera italiana a su máxima expresión, garantizando su permanencia futura, murió en Milán a la edad de ochenta y ocho años. Su entierro fue acompañado por el inmortal coro de su Nabuco, entonado miles de personas.

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