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La ONU y los embates de Trump

24 de septiembre de 2025

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Han transcurrido ochenta años desde que se constituyera la ONU, organización que la comunidad internacional vio y aplaudió como la salvación para que la paz imperara en el Planeta.

Había terminado entonces la Segunda Guerra Mundial y no quedaba de otra que llenarnos de optimismo, luego de una experiencia tan terrible que causara la muerte a más de 70 millones de personas, de ellos más de 40 millones de civiles y la destrucción de pueblos enteros por la obra de un régimen fascista alemán, convertido en una especie de única opción usando la política excluyente y atroz de arrasarlo todo si fuese necesario para imponer su sistema de gobierno.

Ahora la ONU celebra sus ocho décadas y no son muchas las diferencias actuales en cuanto al predominio de la guerra y a la imposición de un sistema fundamentalista encabezado por Estados Unidos y sus presidentes.

Lo que se vio y oyó este martes 23 de septiembre en la sede de la ONU en Nueva York causa un sentimiento de frustración por los fracasos en la búsqueda de la paz global, y temor ante la perspectiva que nos ha dejado el discurso del presidente del país anfitrión.

Como si se tratara de dos ONU, la de Trump y la del resto de los países e, incluso, del secretario general Antonio Guterres, resultó bochornoso que Trump ocupara el podio para cargar de críticas, tanto a la propia organización, como a todos aquellos cuyo pensamiento y acción no estén sincronizados con los del republicano Presidente.

El máximo representante de la ONU calificó de «horrores» lo que sucede en Gaza por el genocidio de Israel contra los palestinos.

Trump, por su parte, culpó a Hamas, de que no se haya puesto fin al conflicto. Guterres se refirió a la necesidad de un cese al fuego inmediato para lograr negociaciones de paz, mientras Trump acoge con satisfacción el hecho de que haya vetado una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU —la séptima—, que llamaba a detener las acciones armadas y acudir a la mesa de diálogo.

De igual manera, mientras en la ONU y en otros escenarios internacionales se llama a la paz en la guerra ruso-ucraniana, Trump, proclama ante la ONU que enviará más armas a Kiev y que justificaría que aviones rusos sean derribados por fuerzas militares europeas, lo que implicaría involucrar a esos países directamente en esa guerra.

El mandatario estadounidense, que algunas veces dice ser admirador del presidente ruso, ahora, desde la ONU, cargó contra Putin, exigió a los europeos que no compren gas ni petróleo ruso y que continúen las sanciones contra Moscú.

 

Al mismo tiempo, acusó a «China y la India de ser los principales financiadores de la guerra, por el comercio ascendente que desarrollan con Moscú.

Exaltando su característico YO, acusó a Naciones Unidas de ni siquiera intentar ayudar a la solución de los grandes conflictos, y se proclamó como autor de «poner fin a siete guerras» en menos de un año de presidencia, y se quejó de que «nunca recibí ni una llamada telefónica de felicitación por parte de la ONU».

Esa gran mentira, dicha con toda la extravagancia por el republicano, no admite el menor crédito, por cuanto, la comunidad internacional y todo gobierno e institución que se  respete en este mundo, sabe muy bien, que Trump no ha ayudado a poner fin a ninguna guerra, y más bien es responsable de financiar y armar al régimen sionista de Israel, lo que lo convierte en activo cómplice por la muerte de más de 65 000 palestinos, la mayoría de ellos niños, en la Franja de Gaza.

Finalmente, Trump usó el podio de la ONU para arremeter contra Venezuela y querer justificar el despliegue de fuerzas militares en el Caribe, y la muerte de inocentes  pescadores, con aquello de que es su «plan para acabar con la entrada de drogas a su

país».

En esa línea, prometió «bombardear» a todas las embarcaciones que trafiquen drogas, «para que dejen de existir».

Sin dudas, se trata de un discurso guerrerista, lleno de mentiras, y si algo se podría añadir, es que ojalá y el mundo no tenga que esperar 80 años más para contar con una ONU que no permita que se le humille e irrespete, por un presidente con el mayor grado de responsabilidad en el fracaso del diálogo y la paz, y en la incitación a la guerra.

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