De poesía y moluscos. Pablo Neruda en Cuba (II)
11 de agosto de 2025
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Como bien dice Nicolás Guillén: «Don Carlos, cuya especialidad era la Macología, sintiose halagadísimo con que el poeta estuviera iniciado en esos estudios, lo conociera a él y le hablara en un lenguaje que no era común en hombre dedicado a una disciplina tan opuesta a las investigaciones científicas. Así fue que se juntaron una larga tarde para charlar de poesía y moluscos, de lo que se arrastra y lo que vuela… Don Carlos llevó a Neruda a su casa y allí lo acercó a su abismo submarino, a su maravillosa colección, una de las más grandes y famosas del mundo».
Fue en La Habana de 1942 cuando el científico cubano Don Carlos de la Torre le obsequió al poeta chileno una caja llena de caracoles marinos y terrestres, suceso que fue evocado por Neruda desde su refugio marinero de Isla Negra y que aparece en su célebre libro de memorias “Confieso que he vivido”: «Desde entonces miles de pequeñas puertas submarinas se abrieron a mi conocimiento desde aquel día en que don Carlos de la Torre, ilustre malacólogo de Cuba, me regaló los mejores ejemplares de su colección».
«Desde entonces, y al azar de mis viajes, recorrí los siete mares».
Neruda regresaría a La Habana en dos ocasiones más: en 1949, por unas pocas horas, en tránsito hacia México; y en diciembre de 1960, donde asistió a la presentación, en edición masiva, de su “Canción de Gesta”, libro dedicado al triunfo de la Revolución Cubana.
Ya para entonces el gran poeta chileno no pudo compartir con su amigo el sabio naturalista cubano, pues este había muerto en febrero de 1950. Pero su recuerdo siempre lo acompañó: acechándolos y buscándolos…Don Carlos de la Torre –escribió el chileno- me dijo muchas veces: ‘Los caracoles de tu patria se parecen a tu poesía, en la forma y en el color oscuro”. Él asistió puntualmente a mis llamadas conferencias en que aparecían, de cuando en cuando, algunos de mis sombríos poemas de antaño».
« Si pudiéramos imaginarlo, eternamente vivo, en su ciencia inmortal, yo lo vería dentro de una esplendorosa concha de nácar marino, como un gran ‘ermitaño’, llevando sobre su ancha frente luminosa, el abanico radiante de aquellas palmeras plateadas que anunciaran para mí, en mi infancia, el encanto, el aroma y la generosa sabiduría de La Habana».
Los caracoles fueron una de las grandes fuentes de inspiración del poeta y resumen su fascinación por el mar y la naturaleza.
« Me dieron el placer de su prodigiosa estructura.»
Por cierto, en 1946, cuando Nicolás Guillén estuvo en Chile, Neruda le mostró una caja de regulares proporciones, llena de algodón.
— ¿Sabes qué es esto?
—Caracoles, por supuesto —le respondió Guillén.
—Sí, caracoles. Pero lo que no sabes es quién me los regaló. ¡Don Carlos! ¡El viejo don Carlos, chico! ¡Don Carlos de la Torre!
Y cuenta Guillén que Pablo acariciaba con los ojos, a través del cristal, unas conchas grises…
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