De poesía y moluscos. Pablo Neruda en Cuba (I)
4 de agosto de 2025
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Cuando en marzo de 1942 Pablo Neruda visitó La Habana por primera vez invitado por la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación para ofrecer un ciclo de conferencias, entabló grande amistad con el famoso naturalista don Carlos de la Torre y Huerta.
Sobre ello escribió Nicolás Guillén:
« El poeta chileno y el científico cubano tenían zonas de simpática coincidencia en los versos y los caracoles. Neruda coleccionaba estos apasionadamente: el hacerlo viene a ser su hobby; al que ha dedicado buena parte de su tiempo y no escasa porción de sus medios económicos, siempre muy líricos, es decir, nunca caudalosos. A su vez, don Carlos cultivó la poesía en sus años mozos —tal vez a hurtadillas la cultivaba todavía de viejo—, aunque nunca de manera ‘profesional’, sino como una suave forma de escapar al rigor de sus investigaciones científicas ».
No es de extrañar que el autor de “Residencia en la Tierra”, entonces de 38 años, al encontrarse en Cuba solicitara conocer “como gracia inmediata” al excepcional malacólogo, que próximo a cumplir los 84, se mantenía activo y laborioso. «Y había en todo él —al decir de Guillén— una suerte de gracia pura y de limpieza infantil que seducían de inmediato, como un adolescente que hubiera envejecido por fuera y no por dentro.»
Era don Carlos una autoridad científica reconocida en todo el mundo, facultada con dos Honoris Causa otorgados por las universidades de Harvard y Jena en materia de geología, paleontología, zoología, arqueología e historia. Su mayor aporte lo realizó en el conocimiento de la fauna fósil y especialmente en el campo de la malacología.
Leyenda viva que comenzó durante una visita al Museo Británico de Zoología cuando encontró errores en varias clasificaciones. La noticia llegó al director, el doctor Edward Smith, quien al instante salió de su despacho para conocer al joven visitante capaz de criticar una obra realizada por expertos. Se realizaron pruebas; por último venció la tesis del cubano que, además, a solicitud del doctor Smith, logró la proeza de clasificar al tacto, con los ojos vendados, algunas especies de la malacofauna antillana.
La comunidad científica no salía de su asombro.
Ya en La Habana de 1942, en la que, por cierto, el chileno sació su curiosidad por conocer la champola de guanábana, y caminó por las calles, donde se detuvo a mirar, a conversar…, aquel contacto suyo con el sabio cubano y sus caracoles “fue toda una fiesta”.
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