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Sobre el llamado de Raúl

13 de julio de 2013

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La Asamblea del Poder Popular  sesionó en la primera sesión de su VIII Legislatura con temas de trascendencia que comienzan a impactar en la sociedad cubana.
El llamado del General de Ejército Raúl Castro, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros , de ir al combate contra las ilegalidades y conductas antisociales ya es debatido entre los de la isla, donde resultan mayoría –estoy seguro- quienes están de acuerdo de que se trata de un tema impostergable para la sobrevivencia de la Revolución.
Raúl, en su trascendente intervención, había recordado aquel discurso de Fidel en la Universidad de La Habana en el que opinaba  que el proceso revolucionario difícilmente podría ser revertido por los enemigos externos.
Sin embargo, en la misma ocasión, el líder histórico de la Revolución  nos dijo algo impactante, que en pocas palabras podría resumirse así: lo que hicimos hasta ahora, solo podemos destruirlo los propios cubanos.
De eso se trata el llamado del Presidente cubano. Nunca es tarde,  creo, a despecho de algunos que creen lo contrario, para poner a buen término las buenas normas de conducta social que son de igual cumplimento para todos.
Ya sea para el dirigente que, como dijo Raúl, se vira para el lado para no ver ni enfrentar los problemas, como para el ciudadano común  que deja pasar todo aquello que le molesta, quizás, digo yo, porque se siente desprotegido.
El mandatario cubano citó una larga lista de conductas indeseables e ilegalidades que probablemente nos toque a todos.
Dijo algo bien duro,  somos más instruidos, pero menos cultos, lo cual nos pone a pensar, en especial sobre todos los recursos que la propia Revolución ha dedicado a la Educación y la Cultura. (Ojo: las mayúsculas tienen que ver con lo que dedica nuestro país en su limitado Producto Interno Bruto a tales renglones)
Quiero interpretar algunas de las críticas del Jefe de Estado que tienen que ver con el comportamiento social. Al final, en la barrio nadie escapa, son nuestros vecinos o los compatriotas que nos visitan. También los habaneros de visita en otros puntos del país.
Debemos defender nuestra sociedad de la solidaridad, de las puertas abiertas, de ver la necesidad del de al lado, de evitar la creciente “modernidad” que incita al encerramiento social.
Ello tiene que ver con las políticas económicas que estamos implementando, según la cual se cumplirá, al fin, la divisa socialista que premia a cada cual su aporte. En esto se agrega también a que nuestro país, según lo estipulado, subsidiará a los ciudadanos desprotegidos o necesitados. Para eso hacemos socialismo a la cubana.
Pero les cuento una experiencia personal que no es del llamado Primer Mundo, y que es mucho más vieja que nuestro actual plan de construir un socialismo próspero y sustentable, al que yo añadiría también, solidario.
Hice una maestría en una Universidad que tiene aún los auspicios de Naciones Unidas. Fue en Costa Rica, año 1987. Recuerdo que en aquel país centroamericano conocí en esa fecha los incipientes cajeros automáticos, lo cual quiere decir que sobre este tema empezamos bien atrás.
Pero a lo que voy. Vivía en un modesto primer piso en un apartamento de una familia solidaria, que compartían el balcón con otras cuatro viviendas.
Siempre me llamó la atención que los vecinos, entre sí, no se hablaban, incluso cuando se encontraban en el trasiego normal de la convivencia.  Y allí actué.
Un día saludé a un vecino, le pregunté a dónde se dirigía. “A comprar huevos”, me dijo. Otro: “A llamar a la pública”. Para mis anfitriones, fui un iluso. Le di huevos a uno, dejé llamar al otro.
No me arrepiento. Pagué esas deudas en aquel país, que aunque cercano al nuestro tiene diferencias y también sus aciertos. Más que eso, pareciera que vamos por el mismo camino. No.
Debemos reconocer que nuestra sociedad es imperfecta, pero ello debe ser la principal razón para enfrentar nuestros errores y corregirlos, como dijo el Presidente cubano.
Habrá diferencias de ingresos y de posibilidades, pero ello tendrá que ver con el aporte que cada cual pueda hacer acorde a su preparación y talento.  No deberán quedar ciudadanos desprotegidos por su incapacidad física o intelectual, por otras razones, pero no aquellas que indiquen una conducta antisocial.
Nuestros compatriotas que habitan en el llamado Casco Histórico, las instituciones del Estado: gobierno, fiscalía, policía, entre otros, tendrán mucho que ver con que nuestro entorno siga siendo solidario pero, más que eso, sea referencia para la capital y el país. Seamos solidarios, pero que viva la disciplina social.

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