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El ángel del cántaro roto

28 de junio de 2013

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Hace pocos días, a pesar de lo caluroso del verano, después de ciertos trámites obligatorios, me permití vagar un par de horas por determinadas calles del Vedado que transito poco. A pesar del deterioro de algunas casas, confieso que disfruté con la elegancia del diseño de verjas que tienen ya más de un siglo de existencia, con las fachadas eclécticas de viejas mansiones y un par de veces, en los jardines casi totalmente derruidos que están delante de algunas construcciones, descubrí fragmentos de viejas esculturas. Era ya imposible saber a qué personaje habían pertenecido esos pies que de puro milagro sobresalían de lo que fue el brocal de una fuente, hoy llena de tierra y hierbas, o qué diosa o musa de la Antigüedad era evocada en ese fragmento que parecía arrumbado entre hierros viejos y escombros.
Entonces, no pude menos que evocar un poema de Fina García Marruz que hacía mucho había leído: “El ángel del cántaro roto”. Se trata de un texto escrito en marzo de 1980, que la autora incluyó en la sección “De los humildes. De los héroes” de sus Poesías escogidas de 1984, pero que, por razones inexplicables para mí, no fue recogido junto con textos de la misma época en el poemario Habana del Centro, ni en selecciones posteriores de su obra.
El poema tiene una dedicatoria para Eliseo Diego: “Para Eliseo, que gusta de estas casas y jardincillos del Vedado viejo” porque precisamente este autor dedicó muchas páginas a un tema obsesivo en él, como el tiempo y la indiferencia humana contribuyen a la ruina de edificaciones y objetos bellos.
Las primeras líneas del poema me vinieron a la mente durante aquel paseo, esas que describen la escultura rota, pero todavía hermosa, descubierta en un jardín:

 

El ángel del cántaro roto
en su jardín de yedras cenicientas
se alza, junto a la abandonada
casa, como una diminuta
música de violas, que los verdes
mustios apagan. Qué gemido
pulsa niñez de ayer en rizos yertos
de oro y breves pasos que, riendo,
se pierden por lo umbrío, en la arboleda !

 

Al llegar a mi hogar, busqué el poema y lo releí, quizá lo más conmovedor de todo es el optimismo de la escritora –que en este año está celebrando su nonagésimo aniversario de existencia. Ella tiene la claridad de no abandonarse a la tristeza porque algo del pasado comienza a destruirse y mucho menos evoca épocas ya idas para considerarlas superiores a los tiempos actuales, por el contrario, agradece lo que ve, acepta la belleza de lo que ha podido llegar hasta ella e inclusive celebra el modo en que esa figura fragmentada se ha integrado en la naturaleza:

 

Pero no: estás allí, aunque te guste
perderte para hallar la desusada
senda en que lo intocado hace su asilo
y surge el chorro de la fuente oculta.
Como estancias de versos bien medidos
corre el blancor del brazo, rota el ala.
Y en tu cántaro, intacto en su belleza,
sacian la sed los pájaros errantes.

 

Fue precisamente ese optimismo el que me ayudó a no entristecerme al contemplar aquellas construcciones tan apegadas a nuestra historia, dañadas y desfiguradas. Estoy seguro de que en ellas alienta una poesía que las mantiene vivas.

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