ribbon

Sarita Montiel: heroína castiza de radionovelas cubanas filmadas (II)

28 de junio de 2013

|

Pese a que en un inicio pensaron filmarlos en Cuba, los interiores de Frente al pecado de ayer fueron construidos en los Estudios CLASA, de Ciudad México a partir del 28 de junio. Los exteriores se rodaron en una propiedad de la familia de los Gómez Mena en las afueras de La Habana.[1] La Montiel conoció a los acaudalados propietarios a través de Juan Plaza, amigo de Max Aub y de Manuel Altolaguirre, quien después de su separación de Concha Méndez, vivía con María Luisa Gómez Mena. Fue en la residencia de esta sobresaliente familia de la alta sociedad habanera donde le presentaron a Sarita Montiel, al escritor Ernest Hemingway, quien le enseñó a fumar tabaco, un año antes de obtener el Premio Nobel. El único recuerdo atesorado por la actriz de estas filmaciones en Cuba, amén de los puros, fue que Ortega era «un director de mucha finura»[2] y que en las tres películas en que trabajó a sus órdenes, personificó a una cubana, algo a lo cual inmediatamente se adaptó.

Sarita afirma que Frente al pecado de ayer tuvo el título inicial Cuando se quiere de veras y era una adaptación del serial Lucecita, con el cual quizás se transmitiría la novela escrita por María Teresa de la Cruz Muñoz en la radio mexicana. La acción transcurre en el campo en la zona de Bauta, al Occidente de Cuba. La guajira Lucecita Palma (Sarita Montiel) va a bañarse al río. Jacinto Corrales (Alejandro Lugo), enamorado de ella pero no correspondido, pretende violarla, pero es salvada por el nuevo patrón llegado de La Habana, el joven y rico Luis Gustavo Fuentes (Alberto González Rubio). Desde entonces, entre ambos surge una sincera amistad que no tarda en convertirse en amor, lo cual motiva los celos de Rosita (Magda Guzmán), que pretendía a Luis. Los malos instintos de esta muchacha provocan que soliviantara a Jacinto para odiar al novel propietario. Al mismo tiempo, don Panchito Fuentes (Andrés Soler) y Georgina (Aurora Walker), los padres de Luis, se oponen a las relaciones de su hijo con la pobre guajirita. Pretenden casarlo con Leticia (Rosa Elena Durgel), una joven de su clase, recién llegada de Europa, lo cual suscita el disgusto entre padre e hijo. Fuentes contrata a un hombre, Segundo (Rogelio Fernández), para impedir la relación a toda costa. Este se traslada a la finca y allí, de acuerdo con Rosita, engañan a Lucecita para que vaya a un bohío abandonado donde supuestamente la espera Luis.

La ingenua muchacha acude rápidamente y encuentra a Jacinto, dispuesto a forzarla. Por salvar su honra, ella le dispara. Es encarcelada y, a punto de ser condenada por Fuentes, fiscal en su causa, para evitar que se case con su hijo, este recibe la visita sorpresiva de Aurora (Dalia Iñiguez), la madre de Lucecita, y descubre en ella a la mujer con quien en años juveniles tuvo amores y quien le dice que la muchacha es su hija. La confesión del herido Jacinto, arrepentido de todo el mal que había hecho, ocasiona la absolución de Lucecita. Luis acude a su padre para agradecerle y es entonces que sabe que se trata de su propia hermana. La desesperación no tiene límites, pero la madre de Lucecita, una vez su hija es puesta en libertad, aclaró que realmente no era hija de Fuentes, y que le hizo creer eso para salvar a su hija de una injusta condena. Luis corre en busca de Lucecita y Fuentes accede al matrimonio de la pareja.

En Frente al pecado de ayer, el número de canciones se redujo a dos: «Quiéreme mucho», de Gonzalo Roig, y «Alborada», de Celia Romero; y en la siguiente, a solo una: «Nunca, nunca», compuesta por Guty Cárdenas. El equipo técnico de esas dos coproducciones mexicano-cubanas, compuesto en su totalidad por personal de México, fue casi el mismo.

Desde el 6 de octubre primero en los Estudios CLASA y luego en locaciones habaneras se rodó Yo no creo en los hombres, sobre la primera novela radiofónica original de Caridad Bravo Adams. La génesis del argumento fue el hallazgo por la autora, en el curso de una investigación periodística, del caso real de una mujer condenada injustamente por un crimen que no cometió. Ubicada también en Cuba, la acción se inicia cuando Arturo Ibáñez (Rafael Bertrand), cínico novio de María Caridad Robledo (Sarita Montiel), empleada en unas oficinas, le tiende una trampa para poseerla después de dormirla con una bebida. Al despertar, ella promete no volver a verlo y no creer más en los hombres. A Arturo, miembro de una familia acomodada, su ambiciosa madre Leonor (Emperatriz Carvajal), quiere casarlo con la joven y rica Silvia Ramírez (Rebeca Iturbide), para apropiarse de su herencia. Alberto (Julio Taboada), un joven vecino de Caridad, la quiere tanto que enferma de angustia al no verla. Ella localiza a Arturo para informarle que está embarazada. Él le ofrece dinero pero no matrimonio, ni tampoco un nombre para su hijo. En vista de eso, Caridad decide presentarse ante Leonor, quien expulsa de la casa a la joven luego de llamarla aventurera. Susana (Aurora Walker), tía de Silvia, lo ha escuchado todo y chantajea a Leonor, forzada a regalarle un costoso broche.

Caridad es atropellada por un auto conducido por el abogado Roberto Pérez (Roberto Cañedo), que la lleva al hospital donde trabaja un médico amigo, el doctor Herrera (Antonio Raxel). Al perder la muchacha el niño en la operación, Esperanza (Dalia Iñiguez) se entera de la deshonra de su hija. Caridad, que inicialmente recibe con frialdad los galanteos y regalos de Roberto, termina por aceptarlos y corresponde a su amor. Pero Arturo, obligado por su madre a poner pies en polvorosa en Miami para escapar a un escándalo, regresa e insiste en acosar a Caridad y mata incluso al enfermo Alberto cuando este trata de defenderla. La joven abate a tiros a Arturo. Es encarcelada y sometida a un juicio en el que Roberto se encarga de su defensa. El cínico abogado Arango (Julio Villarreal), que maneja los intereses de la familia del difunto Roberto, y actúa como fiscal, se vale  de testigos falsos y presenta a Caridad como la amante chantajista por haber sido abandonada. Silvia, la viuda, enamorada sin esperanza de Roberto, encuentra pruebas de la inocencia de Caridad que, al verlos juntos, se cree traicionada. Intenta envenenarse, pero es atendida a tiempo y liberada. Caridad y Roberto podrán vivir felices.

No obstante ser obra de dos autoras diferentes, la lectura de ambas sinopsis revela demasiados puntos en común: la familia opuesta al casamiento del hijo con una mujer que no es de su condición social, aunque en la primera el seductor tenga un corazón de oro y en la segunda sea un villano; la protagonista forzada por las circunstancias a disparar una pistola en defensa propia; el posterior encarcelamiento y el juicio esclarecedor. Si ambas radionovelas están casi calcadas con algunas variaciones sobre el mismo tema, otro tanto ocurre con su realización artesanal, sin que el realizador intente siquiera diferenciar una película de la anterior. Descubierto el inagotable filón de los folletines lacrimógenos que conseguían mantener en vilo al oyente, apenas requería esfuerzo alguno sintetizar los capítulos y traducirlos mediante un limitado dominio del lenguaje cinematográfico. El espectador dispuesto a sufrir estaba asegurado de antemano.

Frente al pecado de ayer se estrenaría en La Habana el 21 de enero de 1955, en los cines Fausto, Reina, Cuatro Caminos y Florencia, distribuida por Pelimex, mientras que en México la fecha fue el 10 de marzo en el cine Palacio Chino. Yo no creo en los hombres tardaría en estrenarse en el Distrito Federal hasta el 22 de julio de 1955 en el cine Orfeón. Emilio García Riera escribió a propósito de esta última cinta:

 

Los farragosos diálogos antimasculinistas de Caridad Bravo Adams llegan a desconcertar por su furia fanática, y es de preguntarse si los hombres del público que tuvieron la malhadada idea de ver este melodrama para mujeres no sintieron un estremecimiento al oír decir a Sara Montiel: «Creo que todos [los hombres] tienen en los ojos esa llama innoble del deseo». Después de que la heroína pronuncia en el juicio un largo discurso plagado de moralejas, en el que habla de que mató «en defensa de todas sus compañeras» (las mujeres, claro), uno no se explica cómo el abogado Cañedo se anima, con todo, a casarse con tal basilisco.[3]

 

Apenas tres años después de esta experiencia cubana, Sarita Montiel, aquella muchacha veinteañera, temerosa de sus facultades vocales al cantar frente al maestro Agustín Lara, el «divino flaco», en Porque ya no me quieres (1953), con El último cuplé (1957) y La violetera (1958), dirigidas por Juan de Orduña, su auténtico descubridor, se convertiría no solo en la creadora de un minigénero, el «melodrama con cuplé», sino en un verdadero mito —con algunas raíces en el cine cubano—, uno de los pocos en la historia del cine español.

Realmente, 1953 fue el primero en un período de cinco años en que ningún cineasta cubano lograría realizar una película de ficción —excepto Mario Barral—, al tiempo que se incrementaban las coproducciones mexicano-cubanas o los largometrajes mexicanos rodados en locaciones de la isla, devenida un paradisíaco lugar para los inversionistas extranjeros. Las bellezas naturales, el nivel cualitativo de sus artistas, conformados con personajes secundarios, la competencia de los técnicos, relegados generalmente a auxiliares, la inagotable riqueza y diversidad de la música cubana en todos sus exponentes para introducirla en calidad de «actuaciones especiales», evadir las presiones de los sindicatos mexicanos hacia sus miembros y los reducidos costos en comparación con los de su país, convertían a la mayor de Las Antillas en un apetecible lugar de filmación. A nadie debió extrañar que el jaliscience Roberto Cañedo personificara a un José Martí adulto o que la manchega Sarita Montiel apareciera bajo los rasgos de una ingenua guajirita del poblado habanero de Bauta.

«Su Majestad la Prensa», show conmemorativo del séptimo aniversario del coreógrafo Rodney en Tropicana, reunió entre los invitados de honor en la noche del domingo 28 de septiembre de 1958 a Sarita Montiel y su esposo, el realizador norteamericano Anthony Mann. Fueron acompañados por una nutrida representación de miembros de la Asociación de Redactores Teatrales y Cinematográficos en el agasajo organizado por Octavio Gómez Castro y Gaspar Pumarejo. Mann, de quien se estrenó Esclavo de la avaricia (God’s Little Acre), uno de sus más recientes filmes, anunció que dirigiría a la Montiel en Fruta prohibida, si lograba contratar a Montgomery Clift.

Sarita debutó el domingo siguiente, 5 de octubre, en el espacio «Escuela de Televisión» y en una gran función para las socias de «Hogar Club» en el teatro Blanquita y el 8 en Telemundo. La despedida se efectuaría el 15 de octubre a través del programa «Caravana española», del Canal 2, en el cual «La reina del cuplé» cantó, entre otras, «El relicario», «Nena» y «La violetera», antes de ser colmada de regalos, entre los cuales figuró un álbum de cubiertas confeccionadas con maderas cubanas, con las firmas del público asistente en el cine Duplex a ver El último cuplé y La violetera. Desde los remotos tiempos del tributo a la mítica Francesca Bertini en el teatro Nacional no se había repetido nada semejante en Cuba. Después de una breve gira por Caracas y San Salvador, la Montiel regresó a La Habana para volar hacia Madrid e incorporarse a la filmación del largometraje Carmen la de Ronda, dirigido por Tulio Demicheli.


[1] La Montiel relata erróneamente en sus memorias que fueron los exteriores de Porque ya no me quieres, una producción de Galindo Hermanos, realizada por Chano Urueta a partir del 7 de diciembre de 1953, en la que actuó al lado del célebre compositor Agustín Lara, pero esa película fue rodada íntegramente en los Estudios Churubusco, tanto los interiores como los escasos exteriores, todos en back projection de locaciones mexicanas.

[2] Sara Montiel: Memorias. Vivir es un placer, Plaza & Janés Editores, S.A., Madrid, p. 196.

[3] Emilio García Riera: Ibid., p. 281.

Galería de Imágenes

Comentarios