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El cachorro nieto

6 de junio de 2013

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Según el anciano, la familia no lo comprendía. Desde que se supo embarazada, la nuera dirigió sus penetrantes ojos al cigarro y le dedicó mohines de disgusto. Descargó en el marido las preocupaciones porque el hijo exigió  el abandono del vicio. Sonaron palabras fuertes. El padre se defendía y alegaba que tanto el como sus hermanos eran hombres y mujeres saludables. El hijo le recordó los catarros y neumonías de la infancia. Además de instalarse en los pulmones, el humo revolvió los malos pensamientos. El padre sacó a flote la propiedad de la casa y el hijo le sacó en cara, el sostenimiento del hogar.
Sin la intervención materna, posiblemente la paz reinante entre las dos generaciones convivientes hubiera quebrado. Ella lo conoció con el cigarro en la boca y aceptó los besos con sabor a nicotina. En aquellos años, ya se hablaba de los perjuicios a la salud. Todavía inexistentes las contundentes investigaciones últimas, pocos hacían caso y ella respiraba el humo libre de aprensiones. El bombardeo útil por los medios dedicados a campañas contra el tabaquismo, la hizo interiorizar la preocupación de la nuera. El conflicto no se resolvió en un día. Así ocurre solo en el capítulo final de las telenovelas. Con la paciencia de hormigas relevadas que llevan una hoja al hormiguero, tomó el asunto en sus manos. También en los documentales de la TV conoció que las hormigas no son tan pacientes ni tan trabajadoras. Lo que ocurre es que tienen muy bien organizadas sus responsabilidades y se alternan en la captura y búsqueda de alimentos. Su única cómplice, podría ser la nuera y a ella acudió y le pidió un tiempo.
En otro documental presenció la verdadera paciencia de las flores devoradoras de insectos y le sirvió para que tan suave y dulce como un pétalo azucarado, convenciera al anciano a fumar en el balcón.
Le preparó un asiento cómodo y hasta inventó una extraña cortina que lo resguardara del sol. Y siempre que el trajín casero lo permitía, sentada junto a el lo entretenía en visitas a las anécdotas felices del pasado, nunca a las horribles y lo acostumbró a escuchar la radio y a marchar al apartamento de fumadores continuo, a ver la TV.
Se sabía egoísta porque trasladó el humo maldito a la otra familia y a la atmósfera. En los documentales aprendió que solo los animales matan por hambre o por defender la vida propia y la de los descendientes. Así, se auto justificó.
Un día feliz, la nueva mamá regresó a la casa con una hermosa muestra de bebé. El anciano estaba advertido. Ese día no fumó y en la ducha se restregó el cuerpo para desaparecer el menor olor a cigarro posible. Abarcó en sus inmensas consecuencias que la nicotina y los otros componentes químicos estaban negados a desaparecer, siquiera por unas horas. Y por primera vez, definió el olor a cigarro entre las pestes. Cuando en los brazos de la abuela contempló el perfecto ejemplar de cachorro humano, se decidió a abandonar el vicio. El también veía los documentales. Si las bestias cuidan a sus hijos, el tenía la obligación de salvaguardar a su cachorro nieto.

 

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