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Batallas ganadas, otras por librar

2 de noviembre de 2022

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Mientras centenares de miles de brasileños celebraban la ajustada victoria de Luiz Inácio Lula da Silva sobre Jair Messias Bolsonaro en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas de este domingo 3 de octubre, otros miles, en su mayoría arrodillados frente al Palacio de Planalto, en Brasilia, esperaron inútilmente las palabras de orientación del fascista mandatario, convertido en guía espiritual por obra y gracia de sus patrocinadores, todos propulsores de las políticas neoliberales que han aumentado la desigualdad y llevado al hambre a millones de personas en la nación que es la cuarta exportadora de alimentos en el mundo.

Precisamente, la batalla contra las políticas neoliberales es una más de las que ha tenido que librar Lula durante su vida, esta vez apoyado por una amplia masa antibolsonarista, que va desde la extrema izquierda hasta la centroderecha, y no solo con el aliento de su Partido de los Trabajadores, del cual es líder y con el cual había triunfado dos veces en las citas presidenciales.

El repartir dinero a tutiplén, el anuncio de un plan supermillonario para realizar acciones que debía haber hecho durante sus cuatro años de presidencia y la profusa utilización de pastores evangélicos para convencer de que Lula destruiría los templos si lograba triunfar, hizo virtualmente trizas los sondeos y llevó a esa estrechez de la victoria de los no engañados, que, no obstante, tuvo más de 60 millones de adeptos, cifra récord para tales eventos, dos millones superior a la de Messias.

Ya Lula había sostenido batallas electorales por la presidencia, logrando sendos mandatos consecutivos del 2003 al 2010, en los que su quehacer ayudó a sacar a Brasil del mapa del hambre, con justicias para todos los problemas que afrontaban los trabajadores y logros significativos en la educación y la salud, lo cual fue barrido posteriormente con el golpe de Estado judicial a la mandataria Dilma Rousseff, otra representante del Partido de los Trabajadores.

Y cundo en el 2018 debía haber sostenido una batalla por la presidencia con el actual mandatario, fue sacado del escenario político y llevado a prisión, todo de manera injusta, gracias a un complot preparado por la inteligencia estadounidense y orquestada por el entonces Fiscal General, Sergio Moro, quien utilizó al Tribunal Supremo para implicarlo en el caso de corrupción denominado Lava Jato.

Luego, las revelaciones suministradas por un hacker que creó el caso que se denominó Vaza Jato, expusieron el complot judicial detrás del arresto del expresidente y tuvieron algún peso sobre la la liberación de Lula, luego de 580 días de cárcel.

La decisión de liberar a Lula, por decirlo de algún modo, solucionó dos cuestiones. Por un lado, eximió a la justicia brasileña de la incomodidad que le generaba mantener a Lula en la cárcel luego de que un hacker reveló que Sergio Moro había acordado la condena con los acusadores. Por otro lado, le ahorró un problema a Moro, en aquel momento ministro de Justicia de Bolsonaro, quien fue sin lugar a duda quien más se benefició del encarcelamiento de Lula. Entonces, si bien sirvió de telón de fondo, el complot judicial no fue la razón principal para la liberación de Lula.

Sin embargo, al apuntar contra el pecado original de Lava Jato, al menos en lo que respecta a Lula, lo cierto es que mediante esta decisión evitó lidiar con el asunto principal: el hecho de que el entonces juez Moro y los fiscales federales, quienes presentan los cargos, mantuvieron una comunicación permanente para acordar operaciones y hasta condenas, lo cual incluyó presionar a acusados y testigos con el gran objetivo de encarcelar a Lula.

Largo y tendido, con muchos vericuetos, hay en esta trama de corrupción judicial, que se enlaza con otras en el curso de la gobernanza de Bolsonaro, y desde el primero de enero entrante tendrá que enfrentar el presidente electo.

Por todo ello, quienes desdeñaban al bolsonarismo, por todo lo mal que ha hecho al país, ayudaron a Lula a llegar a una presidencia que debía haber asumido hace cuatro años, luego de enfrentar victoriosamente, calumnias, oscurantismo y miedo sembrados por los enemigos del pueblo, que explican los ya mencionados resultados ajustados de los comicios.

Bolsonaro representó la aceleración de los contagios y las muertes por COVID-19, la indiferencia frente a los miles de vidas perdidas, el atraso de la vacunación y el preanuncio de un colapso económico, amén de la destrucción de la Amazonía y lo que representa para acelerar la debacle medioambiental, todo lo cual hace que Lula sea visto como una solución.

Después de todo, en el 2009 vacunó a 80 millones de personas en tres meses, con lo cual Brasil se convirtió en el país cuyo sistema público tuvo el mayor índice de vacunación mundial contra el SIDA.

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