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Ñiko o la imaginación desbordante

6 de julio de 2022

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Con el diseño concebido por el valenciano Eduardo Muñoz Bachs para Historias de la Revolución (1960), el primer largometraje de ficción estrenado por el naciente Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, surge en 1960, el primer genuino cartel cubano de cine. La adecuada selección y la relación exacta con el texto, convierten esta obra en pieza clave. Predomina lo sugestivo, la concepción revela la incorporación de un componente extraño hasta entonces en los carteles publicitarios del cine producido en la Isla: el artístico. Sentaba las tempranas bases para el desarrollo del cartel cinematográfico con vocación de ruptura definitiva y radical con aquellas imágenes de «estrellas» criollas de la comedia o la música.

Pero lo que en un principio comenzó en el modesto Departamento de Animación del ICAIC, donde Muñoz Bachs concebía algunos de los primeros cortometrajes, al incorporarse otros entusiastas creadores no tardó en configurar lo que devino un movimiento por su envergadura y trascendencia. «Y nació, por ello, el arte del afiche cinematográfico cubano que, más que afiche, más que cartel, más que anuncio, es una siempre renovada muestra de artes sugerentes, funcionales si se quiere, ofrecida al transeúnte», escribió Alejo Carpentier, incitado por su pujanza, apenas una década después. No es ocioso reiterar que cualquiera de nuestros carteles —y lo hemos corroborado en numerosas exposiciones en las cuales son confrontados— supera aquellos concebidos para esas mismas películas en sus respectivos países.

No menciono nombres descollantes para evitar la omisión de algunos, «son tantos que se atropellan», según la socorrida canción. Pero desde el viernes 17 de junio en el edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes, se inauguró una retrospectiva consagrada de uno de ellos, el ya octogenario Antonio Pérez González (Ñiko), con el título «Imaginación del cartel». Bajo la curaduría de Pepe Menéndez, aglutina un conjunto de 94 obras de todas las épocas en la creación de este diseñador gráfico que confiesa acumular de sorprendente cifra de ¡800 carteles!

Ñiko es uno de los más prolíficos creadores cubanos de este arte, que desde 1968 llamó la atención con uno de sus primeros carteles, aquel de la película checoslovaca Iluminación íntima, de Iván Passer, que hoy nos parece sobrevaloradísima. Desde entonces, legó al movimiento obras imprescindibles, en un preciso uso del blanco y negro como las diseñadas para Ganga Zumba, del brasileño Carlos Diegues, Siete días en otra parte, de Marin Karmitz, Latitud cero, de Ishiro Honda, Llovizna, del mexicano Sergio Olhovich o Soy tímido… pero me defiendo, de Pierre Richard, por solo citar unos pocos sobresalientes en su extenso itinerario, pletórico de obras que representan todo un incontenible derroche de soluciones imaginativas. Muy respetado por su labor docente, la Universidad Veracruzana lo reconoció al entregarle el título Doctor Honoris Causa (2019).

 

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Ñiko no pudo viajar a su Habana a la apertura de la exposición, sin embargo, envió un mensaje de saludo a los numerosos asistentes, en el que expresó: «En un lugar diferente del planeta estoy. Mis carteles decidieron mostrarse a kilómetros de mí. Pero, sé que están en su casa, cuidados. Un algo extraño nos acompaña y debemos estar atentos. Pero la imaginación, vista desde estos carteles nos protege. Nos cuida y permite su disfrute. Ya no falta más que acompañarlos y agradecer al esfuerzo. Que se volvió realidad inesperada. Ahí los vemos, muchos tienen historia en sus decires. Y se hicieron hermanos ellos y el espacio donde se exponen».

El Museo Nacional de Bellas Artes, con la contribución de la Cinemateca de Cuba y de coleccionistas privados, rinde homenaje a este infatigable habanero, jalapeño por adopción, laureado en numerosos certámenes. Recorrer esta exposición —ínfima muestra de tan descomunal producción— es cerciorarse, a través de uno de sus exponentes cimeros, de la voluntad que aunó a tantos diseñadores en un sentimiento común definido también por Carpentier: liberarse «de la idea fija de la incitación comercial». Nadie como el autor de El siglo de las luces para iluminarnos, al expresar en 1969 algo que corrobora la nueva generación de autores:

 

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«Si el cine es, por excelencia, el arte del siglo xx, debe decirse que, en Cuba, la dinámica industria cinematográfica ha propiciado, dirigido, creado, en menos de diez años, un arte del cartel que es hoy, perenne exposición pública —educación de la retina del transeúnte cada día—, pinacoteca al alcance de todos, dada a todos los que tienen ojos para percibir las gracias, los estilos, los hallazgos, de una plástica situada más allá de la mera figuración publicitaria, tan persistente en los dominios de muchas cinematografías europeas».

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