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Cambio de vivienda

13 de junio de 2022

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casa-antiguaPasaron meses y meses de palabras cariñosas. Horas de explicaciones. Les convertían las causas en papillas comestibles para el oído y el entendimiento. Desde el vocablo profesional del hijo y la esposa hasta la jerga alucinante de los nietos, buscaban la respuesta afirmativa. Les entristecía presionarlos. Pero el tiempo pasaba y también las mejores oportunidades.
Agotado el precio del convencimiento, la decisión estaba tomada. Atrás se amontonaban las palabras dulces. En los inicios, la proposición. En los finales, las conclusiones para la pronta ejecución. El hijo cargó con la responsabilidad total. Tenía la conciencia tranquila. Les había explicado las razones. Numerosas veces convocó a la comprensión. Las circunstancias obligaban. La vieja casa se les venía encima.
El hijo apreciaba la talla arquitectónica de la vivienda. Una verdadera joya en la inauguración un siglo atrás. Durante los últimos años, la sostuvieron a duras penas. Pequeños arreglos que maquillaban la decrepitud del inmueble. Y ni siquiera esos gastos podían ya sufragar. No podían esperar a la destrucción y la devaluación total. Era el momento de aprovechar las oportunidades. Recibieron una fuerte oferta para la venta y tenían localizada la que adquirirían.
Los adolescentes saltaban de júbilo. Se mudarían para una vivienda relativamente moderna. No necesitaba inversión extra en arreglos o reparaciones. Todos mantendrían la privacidad. En los dormitorios perdían espacio. Los pesados muebles serían vendidos. Entre la venta y la compra existía una ganancia apreciable. Adquirirían nuevos modelos. Esta probabilidad también alegraba a los adolescentes. Tan amantes de la música estrepitosa como de los colores chillones y los materiales derivados de las investigaciones de la química.
Ninguno de los dos ancianos dio la aprobación. El hombre maldecía el desatino cometido. Hacía años, trasladó la propiedad de la vivienda al hijo. Este hijo que lo traicionaba hoy con la venta de la querida casa. La anciana no manifestaba en palabras el disgusto, lo expresaba en los ojos cansados e hirientes. Aquellos días marcaron en el hogar tensiones jamás imaginadas. Nacía un precipicio entre las generaciones, una brecha peligrosa en la futura paz de la familia.
Los ancianos, encerrados en sus pensamientos, enumeraban las pérdidas. Eran arrancados de su hábitat como los animales de un bosque mancillado por la tala. Perdían los amigos nacidos, crecidos y envejecidos junto a ellos. Las tardes ruidosas del dominó, las discusiones sobre las decisiones de los managers de la pelota, los cuchicheos indetenibles mientras tejían o bordaban, el espacio en que intercambiaban síntomas de dolencias y nombres de hierbas para aliviarlas. Los separaban del dolor de velar a una noche ante el féretro de un amigo y la posibilidad de acompañar al sobreviviente en el duelo.
La decisión estaba tomada y se procedería a la ejecución. En la mañana, los ancianos salieron al lugar más libre, al inmenso jardín. Al jardín querían arrancarlo con el poder de la mirada. Trasplantar todas las flores y sembrarlas en el cemento de otro patio limitado por otros patios. Caminaron uno contra el otro, sosteniéndose. La hierba mala crecida, les arañaba las piernas. Una mancha blanca se extendía por el cuerpo de un limonero. Las flores, las empecinadas flores, sostenían capullos de colores desvaídos. A las raíces le faltaba el alimento. Una araña tendía la trampa entre las ramas de un rosal. La tierra pisada poseía la rigidez de la muerte anticipada. La verdad les llegó de un golpe.
El jardín moría a pedazos por la falta de cuidado. No podían pagar a un jardinero. Ese cuidado ya ellos no podían entregarlo porque como al jardín, les faltaban las fuerzas. Entonces, aceptaron la decisión del hijo, de la familia toda. El jardín podría resucitar en las manos de los nuevos dueños. Seguro les gustaría presumir de un jardín encantado. Ellos podrían resucitar también, en el cuidado de las macetas tenidas en un patio cementado cercado por otros patios. La realidad destroza la materialidad de algunos sueños, pero los sueños perviven y se realizan bajo otras normas. Siempre que no se pierda la capacidad de soñar.

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