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¿Debe reconocerse la cocina como arte?

2 de diciembre de 2021

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La clasificación o numeración de las artes viene desde la época griega de la antigüedad clásica, cuando se estableció la arquitectura como el arte más importante. Transcurrido el tiempo largo, tal enumeración sufrió cambios en la Edad Media acorde con los valores de la sociedad feudal, estableciéndose un nuevo criterio dual que distinguía las artes no manuales o liberales y las artes mecánicas.

Con el Renacimiento llegó también la figura del artista lo que conllevó al surgimiento de conceptos como artes mayores y bellas artes para argumentar el nuevo criterio de numeración. Sin establecer un ordenamiento específico se identificaron seis: pintura, escultura, arquitectura, música, danza y poesía-literatura. Rápidamente, a partir del surgimiento del cine entre finales del siglo XIX y primeros años del XX, tácitamente fue incluido éste como el siguiente y séptimo arte.

Leyendo en Wikipedia un artículo que ilustra al respecto, una vez más esta utilizada y popular enciclopedia nos muestra una de sus joyitas cuando asevera que “Las que no son consideradas bellas artes es porque oficialmente no están registradas como una bella arte”, como si hubiera un lugar para registrar “oficialmente” las bellas artes desconociendo el procedimiento histórico de su enumeración.

Estas observaciones iniciales nos llevan a interpretar que la figuración del listado de las artes ha sido una consideración subjetiva como expresión de valores y de obras humanas en determinadas épocas históricas. Por supuesto que ello es comprensible y no vamos a exigir que existiese un protocolo desde la hondura de la historia humana para discernir cuales son las artes relevantes o sobresalientes, definidas según características propias de esos momentos.

A partir de la inclusión consensuada del cine como el séptimo arte, han aparecido de tiempo en tiempo reclamos por la inclusión como octavo, noveno y tal vez otros escalones en la numeración de las artes, muchas otras manifestaciones artísticas o culturales. Según mi opinión personal, en ello se aprecia el desdén que ha acompañado el tratamiento de la cocina para incluirla, o al menos argumentar, que bien puede ser considerada un arte relevante si tenemos en cuenta su significado para la especie humana y el desarrollo sin tregua que ha tenido en el desenvolvimiento de la sociedad.

La cocina, como interpretación de la necesidad humana de alimentarse, ha recorrido un largo camino. Cuando el hombre primitivo no conocía formalmente casi ninguna de las llamadas bellas artes, ya se planteaba una insipiencia de la que podríamos llamar cocina cuando tratando de mejorar el gusto de los alimentos, le añadía sal y otros ingredientes comunes. Aquellos que pintabas los murales rupestres de lo que después se conocería como el arte de pintar, en paralelo se ocupaban de atender la tarea de transformar los alimentos. Hay una certeza histórica en el hecho que el descubrimiento del fuego sirvió no solo para potenciar los resultados de la cocina, sino además, para incrementar las necesidades espirituales de las personas lo que conllevó al surgimiento de habilidades para expresar sentimientos internos hasta ese momento ocultos y de allí nacen y se manifiestan las artes.

Con el Renacimiento vino una carga de creatividad en el orden de la expresión bella, figurativa, que para el momento habían escalado posiciones relevantes. Y da paso a la clasificación de las artes como la conocemos hoy en día. Nuevamente entonces, exponemos el desarrollo que inevitablemente impuso el medio a la actividad culinaria. Los ejemplos no faltan.

Es reconocida la importancia que se le dio a la cocina en la corte florentina que traspasó las fronteras locales junto a la princesa Catalina de Medicis, en su casamiento con el rey Enrique II de Francia en la segunda mitad del siglo XVI. Florencia llegó a tener la más refinada representación culinaria, las lujosas y hermosas mesas decoradas, los alimentos exquisitos y artísticamente elaborados e incluso introdujo el uso de cubiertos para el consumo de alimentos.

La ostentación y fastuosidad de la cocina imperial de la época previa a la Revolución Francesa mostrada en los salones de la aristocracia, no solamente en Francia sino en muchos reinados de Europa, bien podría identificarse como arte.

Como consecuencia de la propia Revolución Francesa, esa cocina de alto copete tuvo que trasladarse por necesidad hacia las calles de París y otras muchas ciudades francesas cuando los cocineros y artífices de los palacetes perdieron sus empleos y, por fuerza, debieron salir y mostrarse popularmente. Este momento tiene todos los elementos para que se le reconociera como un hecho cultural importante. Tal vez cierto elitismo que por regla ha imperado en el disfrute masivo de las seis artes reconocidas, condicionó y limitó tal iniciativa.

Por ello, valdría la pena a los estudiosos del tema y a las propias autoridades de instituciones sociales y gremiales de la gastronomía, argumentar, luchar y convencer para incluir la cocina como arte universal reconocido. No es posible que actividades que prácticamente surgieron ayer como quien dice, pasen de largo con menosprecio por una de las actividades humanas que se pierden en la profundidad de los tiempos y que ha tenido una significativa transformación paulatina y paralela a las hoy conocidas como las seis bellas artes.

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