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El pianista Paderewski en Martí

12 de noviembre de 2021

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Archives-Ignacy-Paderewski-photo-1892-v2 (2)El 17 de noviembre de 1891 el ya afamado pianista Ignacy Jan Paderewski debutó ante el público de Nueva York en Carnegie Hall acompañado por la Orquesta Sinfónica de la ciudad bajo la dirección de Walter Damrosch.
¿Estuvo Martí en aquella sala para ver y escuchar al destacado intérprete? A ciencia cierta, no hay respuesta a esta pregunta, pero cualquier lector se la hace y tiende a responderse afirmativamente al leer su escrito datado el 17 diciembre de aquel año, exactamente un mes después del concierto, para El Partido Liberal de México, publicadlo en ese diario mexicano el17 del mismo mes.
Cinco notas relativamente amplias, acerca de sucesos ocurridos en noviembre, forman este envío del corresponsal en Nueva York que entregaba sistemáticamente largas crónicas acerca de los más diversos aspectos de la sociedad estadunidense. La nota dedicada al pianista es la que abre y se trata de un único extenso párrafo que, cual si fuera una cámara movible, luego de aclarar que el artista era “polaco, polaco soñador”, describe su cara y su ropa del modo siguiente: “la cara, pálida y fina, le luce bajo la maraña del cabello bermejo; por cuello usa un pañuelo de seda, prendido con un alfiler humilde: no lleva la casaca de etiqueta, sino levita cruzada…”
Tras dos puntos, sigue el cronista ofreciendo su relato de la ejecución al piano, repleto de imágenes. “…se pone al piano, y es delicia y ensueño lo que toca, una bruma que se va levantando, un encaje que se va tejiendo, estrellas que se alborotan, coquetean cuchichean, una música leve y sin ruidos, donde no queda la poesía sofocada , ni el sueño abatido y estropeado por la tierra, de puro tamborear del tocador sobre el marfil.” Y continúa con la pausa sola de un punto y coma y el narrador retorna a darnos la actuación sobre las teclas: “… la honrada ejecución deja ver en toda su limpieza el pensamiento del artista, y es como flores que vuelan, o besos que se encienden, o montes que salen de lo hondo del mundo , o corazones que se desgajan…”
El cronista estampa de nuevo dos puntos que indican la vuelta al hombre al músico, y escribe: “—Nueva York entero quiere oír a la vez al famoso Paderewsky, que no trae corona de aires, ni mal humor de genio, sino una amable buena crianza, y un gusto en dar gozo, por lo que el público se le apega y encariña.” Sigue, con un punto al fin, y entra a hablarnos, al parecer, de un receso del concierto, para terminar con un segundo momento de interpretación: “Luego bebe Johanisberg, y besa manos lindas: alrededor bromean y viven; él deja ir las manos serenas sobre el teclado, manos que evocan más que tocan, y su arte libre es todo de luna y melancolía.”
Martí nos entrega en esta ocasión un breve relato de corte impresionista, con un empleo de los signos de puntuación tan sorprendente como las metáforas de que se vale para dar los sentimientos que levanta el artista, quien, es obvio, le ha resultado agradable también a él como al resto de los asistentes, y que ha demostrado la plenitud de su arte a los 31 años de edad que tenía entonces.
A mi ver, estamos ante una verdadera alhaja de la prosa periodística martiana, manifestación también de su personal y renovador estilo literario.

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