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Ballet y artes plásticas

3 de mayo de 2013

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Ballet Flora

Entre el 26 y el 28 de abril pasados, el Ballet Nacional de Cuba ofreció tres funciones en su sede temporal del Teatro Nacional, con un programa variado cuyo centro eran las relaciones entre danza y artes plásticas.
Resultó muy grata para los espectadores la reposición de dos títulos estrenados hace cierto número de años por la compañía: Evasión, de la recientemente fallecida coreógrafa chilena Hilda Riveros y Flora de Gustavo Herrera. La primera, es una obra breve, que procura re-interpretar el cuadro homónimo de Marcelo Pogolotti, en el que una mujer que vive en una especie de buhardilla, escapa a los sinsabores de la miseria cotidiana, soñando con imágenes fantásticas. Con una mezcla del lenguaje del ballet y la danza moderna, Riveros logra que el brevísimo idilio soñado por la protagonista se convierta en una escena muy lírica, que logra con facilidad la complicidad del espectador.
En el segundo caso, Herrera, uno de los más notables coreógrafos cubanos de la segunda mitad del siglo XX, homenajea a Portocarrero, a partir de un divertimento encarnado por diferentes visiones de un personaje que durante años caracterizó su obra: Flora. Este ballet carece de argumento, pero resulta muy efectivo desde el punto de vista dramático, en tanto cada encarnación de esa mujer decorativa, tiene un modo de expresión peculiar: Flora violeta es delicada, conciliadora, melancólica, en tanto la Amarilla está llena de una contagiosa nostalgia, mientras que la Naranja, que lleva una copa, se caracteriza por su energía y sensualidad mestiza. De modo que cada una de las siete intérpretes alude a una cualidad del arte de Portocarrero y la interacción entre ellas conforma el entramado de un gran mural, nunca estático, sino que se mantiene en continuo movimiento gracias a la riqueza de la música concebida por Sergio Vitier, en la que se amalgaman diferentes ritmos tradicionales cubanos.
Completaban el programa dos coreografías de Alicia Alonso. Umbral, pieza breve, de lenguaje neoclásico, en homenaje al más notable cultivador de ese estilo, George Balanchine, a partir de la Sinfonía op.18 no.2 de Johann Christian Bach, la inventiva danzaria está apoyada por el empleo de un gran telón de fondo creado por la artista Zaida del Río. No resulta arriesgado afirmar que la inventiva en las secuencias de pasos tiene estrecha relación con la imaginación poética que rige esta obra plástica.
Las funciones cerraban con Cuadros en una exposición. Una extensa obra descriptiva para piano del ruso Modest Mussorgski, luego orquestada por Maurice Ravel, sirvió de punto de partida para este ballet. El compositor ruso se había basado en varias obras de su amigo el pintor y arquitecto Víctor Hartmann. Alicia conservó el carácter de la obra, pero a partir de los títulos de las obras plásticas, sustituyó los originales de Hartmann por piezas encargadas a creadores contemporáneos cubanos: Roberto Fabelo, Ángel Ramírez, Zaida del Río, Gólgota y así, hasta el número de 11.
A pesar de la diferencia de estilos y aún de la variedad temática de las escenas, la puesta en escena demuestra una amplia capacidad para lograr que el ambiente de cada cuadro tenga su propio lenguaje danzario y que todo quede unido por los paseos de los visitantes a la muestra, tratados con colorido y humor innegables.
El hecho de que los espectadores puedan contemplar en el vestíbulo del teatro los cartones originales de los artistas, los convierte en activos visitantes de esa colorida galería.
Estas funciones resultaron un verdadero homenaje del ballet a nuestras artes visuales.

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