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El indiscreto encanto de Molina

8 de febrero de 2017

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La Cinemateca de Cuba programó del primero al 4 de febrero en la sala Charlot del cine Charles Chaplin una retrospectiva íntegra de la obra del cineasta cubano Jorge Molina Enríquez, nacido en Palma Soriano, actual provincia de Santiago de Cuba —y entonces provincia de Oriente—, el 5 de febrero de 1966. Con solo diecinueve años, a través de unos cursos convocados por los hoy desaparecidos estudios cinematográficos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, viajó a la Unión Soviética con la intención de cursar estudios de realización en el Instituto Estatal de Cine de Moscú (VGIK), pero debido a los profundos cambios que tuvieron lugar en la URSS en esos momentos se frustraron esos sueños. A este período le atribuye el cineasta el rango de una experiencia de vida. De regreso a Cuba matriculó dirección en la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños, de la cual se graduó en 1992 como integrante de la tercera generación de «cineteleastas» formados allí. Su tesis de grado, el cortometraje Molina’s Culpa, es considerado como un «filme de culto». Desde entonces hasta el año 2014 desempeñó varias funciones en el área docente.

Su experiencia como actor en el cine profesional abarca apariciones en papeles episódicos en los filmes El plano (1993), de Julio García Espinosa, Madagascar (1993), La vida es silbar (1998), Madrigal (2006), La pared de las palabras (2015) y Últimos días en La Habana (2016), dirigidos por de Fernando Pérez; Kleines Tropikana (1999) y Lisanka (2009), realizados por Daniel Díaz Torres, Miradas (2001), de Enrique Álvarez y El acompañante (2015), de Pavel Giroud, por solo citar algunos. Incursionó, además, en el video clip con el grupo vasco de rock Txapelpunk; Pim pam pum Band y Xagarroi (ambos del país vasco), así como la agrupación cubana Cachy y su cachiván.

Molina —que antepone su apellido en los títulos de la mayor parte de sus cortometrajes como una suerte de marca de fábrica—, es el único cineasta cubano en explorar dentro del cine de género el cine fantástico y el horror aderezado con considerables dosis de erotismo que, por momentos, bordea el hardcore que tanto le apasiona y al que sueña con legar algún título en un futuro. Ferviente admirador del giallo ante todo filtrado por el prisma de un Fulci y un Lenzi más que por Argento, ciertas recurrencias se advierten en la filmografía molineana.

Estamos en presencia de uno de esos creadores a quienes basta apenas un esbozo de guion como incentivo de un talento que le posibilita una puesta en cámara superior, en ocasiones, a las historias narradas. Pueden contarse con los dedos de una mano (y quizás sobren varios), los realizadores cubanos que cuentan con ese don para saber exactamente dónde situar la cámara y extraer las mayores posibilidades expresivas al encuadre con los precarios medios disponibles. Aunque ha tenido la fortuna de dirigir a algunos de los más renombrados intérpretes del teatro y el cine nacional (Luis Alberto García, Mario Guerra, Alexis Díaz de Villegas, Zulema Clares, Roberto Perdomo…), de quienes ha logrado excelentes actuaciones, cuando no logra visualizar en algún actor los rasgos para caracterizar el personaje que ha delineado, Molina opta por interpretarlo él mismo (Fría Jennie, El hombre que hablaba con Marte).

 

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Es justamente en Fría Jennie (2000), un ejercicio estilístico rodado a lo largo de una noche en una sola locación, bajo los mandamientos no escritos que en unión de dos jóvenes argentinos —quienes también aportaron sus cortos—, llamó jocosamente «Dolman», en explícita ironía al seguido por los daneses, donde irrumpe una especie de alter ego llamado Hast Du. Este viajero en el tiempo y el espacio, es manejado por Molina con esa absoluta libertad dominante en su quehacer para prescindir de él y luego hacerlo reaparecer en alguna obra, no siempre con los rasgos del mismo intérprete, sea el mismo Molina (Fría Jennie), Ricardito Becerra (Molina’s Solarix) o Alexis Díaz de Villegas (Molina’s Mofo).

Auténtica rara avis en el contexto del cine cubano de todos los tiempos, la obra de Molina es marginada por el ICAIC de sus circuitos de exhibición, ante todo por el ingrediente sexual presente en todos sus filmes. Las concepciones puritanas que rigen la programación e incluso los festivales, cuyas escandalizadas comisiones de selección las rechazan, relega su visionado apenas a cine clubes o espacios alternativos, sea un festival de provincias, circuitos universitarios o el Taller Nacional de Crítica Cinematográfica de Camagüey.

 

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La curiosidad de «lo prohibido», como siempre, ha suscitado un culto ya no solo entre intelectuales admiradores de sus cintas, sino que el mercado subterráneo que corre por los videoclubes clandestinos del país, se disputa las copias que el propio Molina distribuye. Para contribuir a fomentar su propia mitología, el cineasta se jacta de que, en algunos casos, circulan copias inacabadas de sus filmes, sustraídas de la sala de edición. El cine de Jorge Molina es más conocido a través de esta vía, de libros de referencia como Fear Without Frontiers: the Horror Cinema Across the World (Fab Press, Londres, 2003), al lado de Jodorowsky o Takashi Miike, y de los blogs y sitios de internet interesados para los cuales concede entrevistas con alarmante frecuencia, que por los espectadores de Cuba.

La crítica especializada internacional ve en Molina a un cineasta irreverente, transgresor e inconforme que por las constantes apreciables en su obra: sexo, muerte, deseo y monstruosidad, es marginado por la industria. Por esta razón se ve forzado a trabajar de modo independiente con presupuestos ínfimos, aportados generalmente por amigos. Poseedor de una enciclopédica cultura cinematográfica, en los cortometrajes de ficción realizados por Molina, además de su universalidad, se advierte la marcada influencia del cine de Hong Kong, que por su libertad a nivel creativo y artístico conceptúa, sobre todo en los años 80 —y en esto coincide con importantes teóricos—, como el mejor del mundo. Un crítico norteamericano al apreciar uno de sus cortos escribió: «Wong Kar-wai filmando con el lente de Jess Franco. Shanghai Gesture y The Old Dark House rehechas por Lucio Fulci». Interesado en abordar todos los elementos oscuros de la naturaleza humana, su perenne interés en no abordar la realidad nacional inmediata e insistir en retomar los tópicos del cine de horror, en medio de un ecléctico universo de referencias cinematográficas, lo convierten en uno de los realizadores más atípicos y a contracorriente en la historia del cine cubano.

 

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En 1998, escribió, produjo, dirigió y actuó en el falso documental Sidoglio Smithee, que nunca concluyó, aunque algunas publicaciones lo han incluido en su filmografía. Más de una década después acometió su primer largometraje, Molina’s ferozz, una muy personalísima (re)visión del cuento clásico «La caperucita roja» de los hermanos Grimm con la cual pretende rendir tributo a La bestia, de Walerian Borowczyk y Malabimba, de Andrea Bianchi y a continuación los cortometrajes: ¡Gíbaros! (2012) codirigido con Ramiro García Bogliano, Molina’s Borealis (2013), Sarima a.k.a. Molina’s Borealis II (2014) y Molina’s Rebecca (2016), seleccionado por la crítica nacional el mejor corto del año.

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